Durante
los años setenta, los libros de Ivan Illich fueron una referencia
para el pensamiento crítico. Sus análisis sobre la nocividad de la
sociedad industrial, la alienación tecnológica y los efectos
contraproductivos del desarrollo ilimitado del sistema de transportes
o de la salud sacudieron muchas certezas a derecha e izquierda.
Illich era un intelectual cosmopolita. Nacido en Viena en 1926 y
formado como teólogo, historiador y filósofo en Italia, fue cura de
la comunidad portorriqueña de Nueva York, vicerrector de la
Universidad Católica de Puerto Rico y fundador de una insólita
universidad alternativa en México, el Centro Intercultural de
Documentación (CIDOC).
Desde
1963, el CIDOC se convirtió en lugar de encuentro para la
intelectualidad crítica internacional. En sus seminarios autónomos
intervenían Erich Fromm, Paulo Freire, Paul Goodmann, André Gorz,
Octavio Paz, Peter Berger, Susan Sontag, Enrique Dussel, John Holt y
muchos otros. Con el impulso de estos seminarios en verdad libres,
pues no estaban sometidos ni a la innovación ni al mercado, Illich
escribió algunos de sus provocadores libros La
sociedad desescolarizada
(1971), La
convivencialidad
(1973), Némesis
médica: la expropiación de la salud
(1975).
A
partir de los años ochenta, Illich desapareció del horizonte
político y cultural. El CIDOC había cerrado sus puertas en 1976.
Muchos sobreentendieron que su pensamiento se había apagado igual
que los impulsos de la cultura alternativa y utópica de los sesenta.
No era así. El itinerante y políglota Illich continuó
profundizando en los temas y las preguntas que le habían apasionado
desde el principio. Durante los ochenta impartirá clases y
conferencias y, sobre todo, seguirá escribiendo, nunca aislado, sino
en intensa colaboración con investigadores independientes a quienes
se vincula con un extraordinario sentido de la amistad. Entre los
libros de entonces hay que mencionar la que tal vez sea su mejor
obra, En
el viñedo del texto
(1993). Vinculado a la universidad de Bremen en sus últimos años,
Illich fallece en esa ciudad alemana en 2002.
Sin
embargo, el olvido de Illich ha sido relativo. Su huella mantiene una
influencia subterránea. Pienso, por ejemplo, en su colaboración con
la pensadora feminista Barbara Duden o su eco de fondo en el filósofo
italiano Giorgio Agamben. Charles Taylor, autor de una obra
monumental sobre las transformaciones de la religión en la
modernidad, La
era secular
(Gedisa, 2015), afirma haber encontrado en el último Illich la clave
de su interpretación de la edad moderna. Esta no sería un proceso
de sustracción gradual de lo religioso, la secularización, sino una
traducción desviada de los valores del cristianismo.
En
cualquier caso, llama la atención su nueva presencia en las
librerías. A partir de 2006, Fondo de Cultura Económica comenzó a
editar sus Obras
reunidas,
con mejores traducciones que las publicadas por Barral en los años
setenta. Enclave Libros difundió en 2013 Conversaciones
con Ivan Illich. Un arqueólogo de la modernidad,
de David Cayley, larga y fascinante entrevista que proporciona una
visión del itinerario de Illich. En la misma editorial acaba de
publicarse una monografía sobre su pensamiento educativo,
Desescolarizar
la vida,
de Jon Igelmo Zaldívar. En 2012, el sello Virus reeditó La
convivencialidad
y el año pasado apareció en Díaz y Pons El
derecho al desempleo útil y sus enemigos profesionales
con un prólogo muy esclarecedor de José Manuel Naredo.
La
vuelta de Illich no es casualidad. La crisis económica, la crisis
ecológica o la crisis de los refugiados, a quienes Europa da la
espalda, son las caras de un proceso más profundo, “una crisis de
civilización”, como ha dicho Emilio Fernández Maíllo. La salida
no puede ser más de lo mismo. En su genealogía crítica de las
principales instituciones modernas y de la ideología del progreso,
Illich logró articular algunos rasgos de una sociedad futura mejor.
Esta posibilidad, creía, se hace menos remota en las crisis, pues
estas “pueden significar el instante de la elección, ese momento
maravilloso en que la gente se hace consciente de su propia prisión
autoimpuesta y de la posibilidad de una vida diferente”.
Según
Illich, a partir de la revolución industrial, hay que distinguir dos
tipos de instituciones: las manipulativas y las convivenciales. En
las primeras el valor de uso se ha convertido en marginal. Solo
importa el crecimiento independiente e ilimitado de las estructuras.
Las instituciones manipulativas “gestionan” al individuo como
mero recurso o material para su expansión (ahí tiene su origen la
fría retórica que hoy recomienda “gestionar las emociones” o
calcula el “capital humano”). Por eso debe emplear gran parte de
su mano de obra en producir necesidades ficticias. Por ejemplo, la
industria del automóvil genera la demanda de prestigio, velocidad o
confort más allá de todo criterio o medida sobre las necesidades de
desplazamiento y su satisfacción universalizable. Hay un umbral de
crecimiento a partir del cual las instituciones producen el efecto
contrario al que le daba sentido. La iatrogénesis, que remite a las
enfermedades causadas por el propio sistema de salud, tendría su
origen en la extralimitación de la lógica manipulativa.
Por
el contrario, las instituciones “convivenciales” se mantienen a
la altura del control y la libertad sociales, no colonizan la
autonomía personal, se detienen ante ciertos límites y están
siempre abiertas a ser sustituidas por alternativas. Como no son
fines en sí mismas, sino que están al servicio del individuo,
respetan su creatividad e imaginación. Las relaciones humanas
vuelven entonces a ser posibles como experiencias no planificadas ni
controladas por instancias impersonales.
No
es difícil constatar que la tendencia de las instituciones actuales
se orienta más a la función manipulativa que a la convivencial.
Basta tener en cuenta la respuesta de la “alta política” europea
a la crisis económica en curso. El reajuste del sistema y la “senda
del crecimiento” legitiman, con el oscuro argumento del sacrificio,
el sufrimiento de inocentes. Otro buen ejemplo son las redes sociales
de internet, donde la atención y la energía psíquica son modeladas
directamente según la forma de la mercancía. Frente a esta lógica
dominante, ¿en qué instituciones es posible rastrear hoy restos o
quizá anticipos de una dinámica convivencial? Es urgente pensarlo.
Por eso regresa Ivan Illich.
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