sábado, 7 de septiembre de 2013

No sólo de pan

Juan Francisco Comendador


El Papa Francisco ha convocado para hoy una jornada de ayuno y oración con el fin de evitar la previsible e inminente guerra en Siria. Su Santidad no conoce eufemismos ni retóricas políticas de carácter mesiánico: llama a la guerra por su nombre, y en consonancia con sus antecesores, se muestra un ferviente impulsor de la paz. La violencia sólo engendra violencia, y exige ser aplacada con nuevos e implacables estallidos: es la lógica demoníaca del mundo que se impone sobre los buenos deseos y el sentir común. José Bergamín, en una conferencia titulada La importancia del demonio, responsabiliza al ángel caído de esta sucesión de crímenes impunes que, suscitando un temor justificado, parecen dar un sentido a la historia. Como la mirada nostálgica de «el Ángel de la Historia» (W. Benjamin), que continúa su vuelo olvidando a las víctimas de sus piruetas.

Llaman la atención las armas elegidas por Francisco para librar su batalla contra la intervención militar: el ayuno y la oración. Por lo extemporáneo y la aparente inutilidad política de tales prácticas religiosas. Un cierto espíritu cínico vería en semejante propuesta un cándido infantilismo papal. El mismo Jesús parece cancelar definitivamente el valor religioso del ayuno cuando afirma eso de que «a vino nuevo, odres nuevos» ante quienes le reprochaban que sus discípulos no ayunaban ni oraban (Lc 5, 33-39). El ayuno y la oración que lo acompaña aparecen a nuestra acomodada conciencia como rémora de un pasado no tan lejano: un ejercicio espiritual algo vintage.





¿Y si lejos de una pose estética, de un superfluo ejercicio ascético o piadoso, el ayuno y la oración se revelasen como verdaderos instrumentos políticos que expresasen la insumisión ante la lógica demoniaca que responde a la violencia con más violencia? El ayuno consiste en la renuncia al alimento, que es el bien primario sobre el que se fundamenta el poder y su dinámica: el deseo insaciable de poder descansa sobre el temor al hambre. «No sólo de pan vive el hombre», responde Jesús al tentador que trastoca el temor inconsciente a la inanición en una sed de dominio ante la que es preciso tomar postura, definirse. Pecar – caer en la tentación- consiste en dejarse arrastrar por este impulso de dominación, por naturaleza violento, que tiene su origen en una especie de horror vacui biológico.

La oración remite al silencio, que es la ausencia de palabras, una ausencia empero comunicativa, y casi siempre de mayor elocuencia. «Es preciso castigar a quienes han empleado armas químicas contra la población civil…». En estos días asistimos a los intentos de forjar un sujeto con autoridad moral para conjugar el verbo «castigar». Ni la Onu, ni el parlamento británico, ni el presidente de los Estados Unidos de América, un personaje por definición de naturaleza mesiánica y redentora, se han erigido –de momento- en sujetos capaces. Este pudor gramatical revela una impotencia que nos recuerda que quizá hay palabras que no pueden ser dichas, porque ya no existe el sujeto que las pronuncie.


Me parece de lo más razonable que el Papa se acuerde con frecuencia del demonio, y lo traiga colación a propósito de esta y de tantas otras guerras. Lo demoníaco es tan simple y tan terrible como un pronombre personal, o un trozo de pan por el que todos luchan sin tregua. El ayuno y la oración declaran una suspensión de la lógica atávica de nuestras civilizadas políticas, permitiéndonos atisbar el perverso mecanismo que las sostienen. A día de hoy, no se me ocurre un arma más eficaz, para neutralizar su poderoso efecto sobre nuestras conciencias.