jueves, 19 de diciembre de 2013

"Escuchar al extranjero", ensayo de Daniel Barreto en Doletiana


Doletiana. Revista de Traducción, Literatura y Artes ha publicado el ensayo "Escuchar al extranjero.Sobre la idea de traducción en Rosenzweig", de Daniel Barreto.

Este número de la revista, coordinado por Javier Bassas, está dedicado a la filosofía de la traducción.
El enlace:

http://webs2002.uab.es/doletiana/Catala/Doletiana4/Doletiana4.html


                        El pensador Franz Rosenzweig, autor de La estrella de la redención (1921)






miércoles, 11 de diciembre de 2013

Una espiritualidad de la memoria. Sobre "Por una mística de ojos abiertos" de J. B. Metz


Daniel Barreto

Hablar de Johann Baptist Metz es hablar del padre de la Teología Política. Junto a su maestro, Karl Rahner, puede ser considerado uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX. Cuando expone las líneas fundamentales de la Teología Política, Metz suele referirse a un triple reto que deber afrontar el cristianismo: el desafío de la crítica ilustrada, la pregunta de Auschwitz y la llamada del Tercer Mundo.

Auschwitz se sitúa en el centro de su teología. Una centralidad que pasan por alto con facilidad quienes asocian sin matices la Teología Política con una versión europea de la Teología de la Liberación. Auschwitz, según Metz, obligar a repensar la cultura occidental en bloque. Por tanto, también la teología cristiana de cabo a rabo. Acoger el recuerdo de Auschwitz en la teología significa un vuelco radical, a saber, que vaya a la raíz. Para empezar, implica asumir que los acontecimientos históricos no pueden ser circunstanciales para el discurso sobre el Dios bíblico.

La exigencia de que Auschwitz se convierta en referencia constante para la reflexión teológica está implícita en las tesis de Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad (Herder, 2013). La temática, no obstante, está motivada inicialmente por la abundancia de los discursos que reivindican lo espiritual en nuestra sociedad. Sin duda, lo religioso está en auge. Metz se pregunta si esta oleada religiosa puede identificarse con la experiencia cristiana. La respuesta no se hace esperar. Lo cristiano es ciertamente otra cosa.


Podemos identificar algunos rasgos de la religiosidad que hoy demanda la sociedad de consumo. Lo espiritual aparece como un instrumento para procurar la felicidad individual. Su contenido es recomendar el olvido del dolor, especialmente del sufrimiento que supone recordar las desgracias pasadas. La religiosidad se confunde con la degradación de la experiencia al disfrute del momento presente. La autoayuda difunde olvido. La reducción del tiempo a presencia, la negación de la inquietud del pasado y el futuro son las aportaciones que hace lo religioso a la felicidad. La dimensión de lo espiritual parece remitir entonces a la vivencia del tiempo.

Ahora bien, para Metz, la espiritualidad cristiana tiene muy poco que ver con esto. ¿Por qué? El cristianismo no puede concebir la felicidad sin la felicidad de los otros. Y no sólo de los otros que nos rodean en el presente, unos cuantos, sino de todos en todos los tiempos. Lo propio de la espiritualidad cristiana es su universalidad. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de Jesús promete la felicidad para vivos y muertos.

Frente a la estetización espiritual de la amnesia, la del cristiano sería una espiritualidad de la memoria. Frente a la absolutización del ahora como única realidad verdadera, se trata de cuestionar el presente en nombre de las injusticias pasadas, herencia de las desigualdades y sufrimientos de hoy. De la memoria nace la expectativa de una justicia futura. El poeta Edmond Jabès lo condensa así: «El porvenir es el pasado que viene». De ahí que los sentimientos asociados a la espiritualidad cristiana no sean los de armonía, plenitud y satisfacción personal, sino la nostalgia, la añoranza y la falta. Metz llega incluso a describir la tristeza como una «virtud mesiánica».

En ese contexto Metz se pregunta si Jesús fue feliz. Al plantear su respuesta es consciente de los desacuerdos inmediatos que puede suscitar. En cualquier caso, su posición es firme. La Pasión de Jesús no es un modelo de felicidad. No es conciliable con los modelos que defienden las espiritualidades hoy en alza, ni tampoco con los sentidos convencional o clásico de la felicidad. El sentimiento central de la vida de Jesús no es la satisfacción feliz, sino la compasión. Por eso insiste Metz en describir al cristianismo como una «mística de ojos abiertos». No extraña entonces que la palabra griega para felicidad, eudamonia, no aparezca en el Nuevo Testamento. Asimismo, escribe Metz, el conjunto de la Biblia «no conoce una felicidad que no eche de menos algo».

Esto no significa negar el deseo de felicidad. Pero se trata de subrayar que para la espiritualidad bíblica el deseo egoísta es conmocionado por una experiencia novedosa: el derecho universal a la felicidad. Ese derecho significa vincular estrechamente espiritualidad y justicia.


Ahora bien, la relativización de la felicidad individual frente a la exigencia de justicia universal no contradice en nada la meditación de Metz sobre la «alegría cristiana.» Lo propio de esta alegría se describe en la forma de un doble fondo. Primero, como sentimiento de gratitud por la creación, aunque sea incompleta y gima «con dolores de parto». Y segundo, la alegría supone la expectativa de que los otros sientan esa misma gratitud por lo creado. La alegría remite a la relación del hombre con la creación. Una alegría, sin embargo, que no descansa en la plenitud o perfección del mundo. Al contrario, la creación está incompleta. Por eso, la memoria y la añoranza son elementos definitorios de una «espiritualidad de ojos abiertos».