Juan Francisco Comendador
Arquitectos y
escultores recrearon el instante del Juicio Final con todo lujo de detalles en
los pórticos de las imponentes catedrales medievales. Esta disposición
artística respondía a una estrategia pastoral –cura animorum- a la que
el biblista Daniel Marguerat se refiere como retórica del terror. Hoy en día, sin embargo, la preponderante
imagen del Dios-Amor parece haber enterrado definitivamente esa obsoleta imagen
del Dios-Juez, y consecuentemente, dicha retórica habría perdido su capacidad
persuasoria.
La presente obra,
escrita a dos manos entre un biblista perteneciente a la Iglesia Evangélica
Reformada, y una psicoanalista procedente de un humus cultural católico, trata
de responder a la pregunta por la pertinencia de semejante representación hoy.
¿Hemos de renunciar a la idea del Juicio Final? ¿Hemos de renunciar al
pensamiento de una retribución acorde a nuestros actos? Si señalamos la
afiliación religiosa de los autores no es por mera curiosidad. La respuesta a
dichos interrogantes presenta matices diversos en cada uno de ellos que, a
nuestro entender, se hallan coloreados por su particular adscripción
confesional. Pero quizá esto no sea lo más importante.
Daniel Marguerat, que
es quien inicia y sostiene esta “conversación” –en la medida que los análisis
minuciosos y del todo singulares que Balmary realiza se apoyan sobre las
cuestiones suscitadas por Marguerat- expresa en el siguiente párrafo la que a
nuestro juicio es la idea fundamental del texto:
«Diría
del Juicio Final que es una ficción fundadora que engendra responsabilidad y no
culpabilidad. La Iglesia medieval se sirvió de él para infundir el terror de
las condenaciones eternas; unos profetas de mal agüero amenazan hoy con el
Juicio para alimentar un discurso de fin del mundo. De manera muy diferente,
Jesús, el narrador de las parábolas, lo puso al servicio de una retórica de la responsabilidad» (p.
147).
Se trataría, por tanto
de entender la imagen del Juicio Final como sintagma de una retórica de la
responsabilidad –una exhortación o llamada a la acción- y no ya como
catalizador del terror. En cualquier caso el juicio no pasa de ser una imagen
que persigue conseguir un efecto. Entender el juicio como retórica significa
desposeerlo de su realidad fáctica en cuanto hecho presente o futuro.
El psicoanálisis
encuentra dificultad en aceptar esta retórica de la responsabilidad, a juzgar
por las objeciones que plantea Balmary. El Juicio Final y su correspondiente
imagen de Dios-Juez, ejercen de instancia “super-yoica” (“el juez interior”), y
así se convierten en objeto de estudio para los teóricos del psicoanálisis.
Pero en el nuevo marco de esta retórica de la responsabilidad, esto es, en
cuanto representación que induce a la responsabilidad, plantea un interrogante
profundo: ¿acaso la responsabilidad es el único elemento que dinamiza la
(re)construcción del sujeto? Precisamente uno de los capítulos - ¡escrito por
el biblista!- lleva por título Nacimiento
del Sujeto. Y es precisamente en este punto, quizá, donde la filiación
confesional de los autores se deja notar: el subrayado de la responsabilidad
parece un matiz propio de la Reforma. Balmary cierra el libro con un capítulo
que ejerce de contrapunto (católico) a esta visión: Gloria.
Pero, ¿por qué no
prescindir de la imagen del Juicio? ¿Por qué empeñarnos en mantenerla, por qué
reivindicarla, cuando en realidad agoniza, si es que no ha muerto ya? En este
asunto, ambos autores parecen concordar: cuando la idea del Juicio Final – una
representación que otorga la última palabra a Dios, o al menos se la quita al hombre-
ha desaparecido del horizonte, entonces cualquier ser humano puede usurpar el
puesto de Dios y se arroga el derecho de juzgar a otros seres humanos. A este
respecto, no podemos dejar de mencionar las siguientes palabras, de nuevo
escritas por Marguerat:
«La
creencia en el Juicio de Dios es el último amparo ofrecido contra los
depredadores del misterio de uno mismo. Al reservar a Dios la última palabra,
la verdad última sobre los seres y sobre el mundo, el horizonte del Juicio es
una herida permanente infligida al deseo del mundo de replegarse sobre sí mismo
y de autodefinirse» (p. 64).
Pero además, la idea
del Juicio se haya presente en los textos fundadores de la tradición
judeocristiana, de tal manera que si pretendiéramos cancelarla, el sentido global
de las Escrituras se vería profundamente trastocado. Los evangelios, en
especial el de Mateo, contienen innumerables dichos y parábolas que dicha idea:
la parábola de los talentos, la cizaña y el trigo, el administrador infiel,
etc. El análisis profundo y minucioso de estas parábolas, tanto por parte de
Marguerat como de Balmary, es desde luego uno de los brillantes tesoros expuestos
en estas hermosas y pertinentes páginas.
Interesante visión.¿Será acaso el Juicio la última esperanza de las víctimas de la Historia?
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