La persona es un ser espiritual y moral, solidario y sociocomunitario, ético-político e histórico que se realiza en la realidad y en el mundo, en la sociedad y en la historia desde el don del Otro (Dios para la fe) y los otros que le regalan la vida y existencia humana. Como se manifiesta en la experiencia del pueblo judío, por ejemplo en el acontecimiento fundante del Éxodo narrado en la Biblia, la historia de la humanidad se realiza en esta Revelación del Don del Otro, de Dios, y de los otros desde la compasión con los sufrimientos e injusticias que padecen los explotados y oprimidos. Los otros y el Otro, que es Misericordia y Justicia, Dios mismo no es, por tanto, neutral, sino parcial hacía las víctimas de la historia. Así salva Dios: poniéndose de parte de la viuda, del huérfano y del inmigrante, de los pobres, oprimidos y excluidos en su Compasión con el sufrimiento e injusticia que se comete sobre estas víctimas; y, de esta forma, liberarnos del pecado y del mal, de este egoísmo, injusticia y opresión que los ídolos del poder y la riqueza, los imperios de todos los tiempos, imponen sobre los pobres y marginados, sobre las personas y pueblos.
Esta es la entraña e itinerario de la vivencia espiritual del pueblo hebreo que al experimentar en su camino a este Dios como Salvador y Liberador, como Compasión y Justicia, lo ha sentido y comprendido también como Dios Creador y Vivificador. Así aparece en los escritos bíblicos del Pentateuco, de los Salmos y Profetas, donde Dios y su Justicia se manifiesta en la vida e historia de los pueblos: como defensa y promoción liberadora de la vida y dignidad de los explotados y oprimidos; como restitución socio-histórica y redentora de los atentados e injusticias que sufren los pobres y víctimas, en una reparación de esta vida digna y derechos de los excluidos y marginados. Los otros y el Otro, pues, nos regalan su Don de la Justicia Liberadora de todo mal e injusticia, que restituye e implanta los derechos y la vida negada al pobre; para así liberarnos de una vida de egolatraía, injusticia y opresión causados por estos falsos dioses del poder y la riqueza, de la dominación y de la violencia.
A la realidad
y a Dios se le conoce o se le alaba cuando se práctica el derecho y la justicia
con los pobres. El conocimiento y culto a Dios se realiza en esta praxis de
compromiso por la paz y la justicia liberadora con los oprimidos. Esta
experiencia por la compasión y la justicia ante el mal y la injusticia, va
abriendo al pueblo de Israel a la vivencia y creencia de la vida plena y
eterna, del triunfo definitivo del Don de la misericordia y de la justicia
liberadora sobre el dolor, la injusticia y la muerte. Tal como
aparece en el Nuevo Testamento y en la tradición de iglesia, la experiencia
cristiana acoge y plenifica todo este legado bíblico con la Novedad del Dios
Encarnado en Jesús de Nazaret, con su Proyecto de Reino. Es el Dios Padre, con
Entrañas Maternas, Revelado en la Pascua de Jesús y su don del Reino de amor y
fraternidad, de perdón, paz y justicia universal, liberadora con los pobres de la humanidad. Un Reino
que defiende y promueve la vida digna, liberada y liberadora, plena, eterna…El
don de la justicia que satisface nuestras necesidades o capacidades (eros) y,
respectivamente, la entrega por el otro
en el amor que busca el bien común (ágape): alcaza en la caritas cristiana la síntesis
más acabada de lo humano y espiritual. El ser humano está constituido por este
dinamismo del eros o justicia (recibir) y dar (ágape), de experimentar esta
caridad del amor misericordioso o compasivo que está unida, inseparablemente, a
la justicia liberadora con los pobres que realiza el bien común y la
civilización del amor.
La realización
y la felicidad de la persona se va logrando mediante este amor: que se hace
compasión con el sufrimiento, la injusticia y la opresión; que se compromete en
la solidaridad, asimétrica, con los pobres para
la justicia social y el bien común frente todo egoísmo, injusticia y opresión. No
hay, por tanto, desarrollo de la persona sin este amor social y político que,
solidariamente, se responsabiliza por el bien común y la justicia con los
pobres, por la defensa y promoción de la
vida, dignidad y derechos de los seres humanos. Y viceversa, de forma
inte-relacionada, no hay desarrollo de la sociedad sin promover la vida,
dignidad y protagonismo de las personas en este bien común y justicia social. Persona
y sociedad/mundo lejos de oponerse, al contrario, se retro-alimentan mutuamente
en el bien común, en comunidades solidarias y en una humanidad justa, fraterna
y pacífica. Así, frente al
individualismo posesivo del neoliberalismo, del inmoral capitalismo, la persona
se realiza y plenifica en la solidaridad que se compromete por la justicia con
los pobres, por el bien común de la humanidad. Contra
el comunismo colectivista, el totalitarismo colectivista, la sociedad se
desarrolla en la subsidiariedad que
promueve la libertad y la gestión o protagonismo de las personas y grupos sociales,
de la comunidad civil en la vida y realidad política.
Todo este
dinamismo o desarrollo y carácter personal y sociocomunitario, ético,
antropológico y espiritual que constituye al ser humano como tal, como persona,
es lo que se ha dado a llamar, en la tradición moral, la ley natural. La ley
natural o humana (antropológica), es decir, estas dimensiones y claves
constitutivas de la
persona. Tales como el amor y la compasión, la vida y
dignidad de la persona, la paz y la justicia, la libertad y la igualdad: son la
clave de bóveda de los derechos humanos, de toda ley positiva o jurídica que
quiera ser justa y que busque el bien común. Las leyes u ordenaciones jurídicas
e instituciones son realidades importantes e imprescindibles de las personas,
ya que somos seres socio-comunitarios y políticos. Pero cuando no se ajustan a
esta ley natural o humana, a la vida y dignidad de las personas, al bien común
y a la justicia con los pobres, dichas leyes u ordenamientos, las instituciones
y autoridad pierden su razón de ser y no hay que obedecerlas. Ante bien, hay
que desobedecerlas y resistirlas, luchar de forma pacífica, democráticamente
por erradicarlas. Y poner en su lugar otra autoridad, otras leyes e
instituciones que obedezcan a la justicia, esto es, a lo que le corresponde al
ser humano por ser tal, al bien común y la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario