La escritura
de Antidio Cabal (1925-2012) busca el punto de extrema intensidad en el que se
cruzan poesía y filosofía. Ahí podría darse la apertura del pensamiento más
allá de sí mismo, a un mundo que no fuese del todo traducible a la idea. Era ese
el plan de Feuerbach cuando abogaba por una “filosofía del futuro”. Por eso, en
el ensayo preliminar del libro Parasangas,
editado ahora en el mismo volumen que el poemario Atmósfera (Tamaimos, 2016), Antidio Cabal comenta con lucidez a
Feuerbach y cita sus “Tesis provisorias para la reforma de la filosofía”: “La
cualidad real precede a la cualidad pensada”. Y de ahí también su proximidad
tácita a María Zambrano, con quien comparte resistencia espiritual a la dictadura
franquista. La razón poética que esbozó la pensadora nómada intentó romper la
fijación en el “ser ideal” y atender a la “fluyente, movediza, confusa y
dispersa heterogeneidad, que es el encuentro primero de toda vida”.
La tradición filosófica dominante en
Occidente ha sido el idealismo, el proyecto de reducción de la pluralidad del
mundo a la unidad de la idea, instalada ilusoriamente fuera del tiempo. Esta
reducción no es solo un asunto teórico, está en el fundamento de las prácticas que
han hecho posible, en la modernidad, la explotación industrial del planeta. Su
requisito filosófico fue concebir la naturaleza como una suma de partes mudas
con relaciones mecánicas, una fábrica destinada a producir combustible y, a día
de hoy, organismos genéticamente modificados.
Para combatir el idealismo ayudaría
el trato con la palabra poética, anclada en la sensibilidad, atenta a la
diversidad del mundo y su proliferación en la fantasía. Pero no se trata de
diluir la filosofía en poesía, sino de pensar de otro modo. Para Cabal, alumno de
J. David García Bacca y Juan Nuño en Venezuela, la opción por la poesía se hace
en interés de la propia razón, significa retornar a Grecia, especialmente a
tres de los presocráticos: Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes. Ahora
bien, convendría cuidarse aquí de semejanzas forzadas. No es una vuelta al
estilo de Martin Heidegger y el autoritarismo del origen. Para Antidio Cabal,
como cuenta en su antología Campo nublo
(1957), el despertar filosófico tiene su culmen en la figura de Sócrates, a
quien descubrió en el instituto Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. No la
pregunta por el ser, sino la salvaguarda socrática del hombre, el “conócete a
ti mismo”, deslengua su escritura. Y no la humanidad en abstracto —nueva versión
del idealismo— sino los seres humanos con nombre propio. Es revelador que, en
los años cuarenta, Cabal asocie su descubrimiento de Sócrates a la memoria de
los asesinatos cometidos en la Sima de Jinámar. Sabía, como muchos otros, que
partidarios de Franco habían arrojado allí a sus víctimas. Crímenes que siguen
abiertos, tanto en 2017 como entonces. Aunque las “políticas de la memoria” se
empeñen, las injusticias no envejecen. Para el joven filósofo, la lealtad
socrática a la verdad estaba unida a la exigencia de justicia.
La razón aprende que ignorar sus
propios límites condujo a las mitologías modernas, al totalitarismo. Como si
fuese indispensable la vecindad con lo que desborda la razón para no perderla:
“La cordura me acosa/con toda su irracionalidad”, leemos en Atmósfera. La afinidad socrática convierte
al propio Antidio Cabal en interpelado continuo del poema. El diálogo interior
descubre la diferencia que habita la propia intimidad, sustraída a toda
clausura intemporal: “no poseo mi yo como sujeto/una cantidad de mí está fuera
de alcance”. Antonio Jiménez Paz, a quien muchos debemos desde hace años la
lectura de Cabal, ha subrayado la radical expresión del “yo único” en sus
poemas. Creo que la motivación era ética: resistir al autoritarismo que convierte
al individuo en simple cantidad sacrificable.
La palabra poética podría afinar el
sentido temporal de la filosofía. El tiempo, como se sabe desde Kant, es una de
las condiciones de la experiencia. Precisamente, la relatividad humana del
tiempo es el ostinato de Parasangas. La objetividad marcial de los
relojes coopera con el idealismo, degrada el tiempo humano a espejismo. En
cambio, la “parasanga” de Jenofonte era una medida humana abierta a las
diferencias de espacios y tiempos sociales. De ahí que el esfuerzo de escritura
consista en impugnar el desdoblamiento jerárquico de la vida entre lo sensible
y la esencia. La poesía podría inspirar una filosofía que no despreciara a cada
ser humano único en nombre de ídolos abstractos, sean el Crecimiento, el
Progreso, la Razón de Estado o el Capital.
Las fuerzas para esa colaboración
son exiguas. Hoy la filosofía es desterrada fuera de la sociedad de la
mercancía o condenada a muerte, como hicieron con Sócrates. Urge cuidar los
lugares donde irá a refugiarse para resistir, más o menos clandestinamente,
hasta que despunte un futuro mejor. La poesía de Antidio Cabal es uno de esos
refugios.
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