Daniel Barreto
Laudato si´,
la Encíclica del Papa Francisco sobre “el cuidado de la casa común”, ha logrado
una considerable resonancia en ámbitos ajenos a la vida eclesial. El hecho de
que se trate de una reflexión teológica no ha sido visto como un obstáculo para
entrar en el debate público. El sociólogo Zygmunt Bauman ha llegado a decir:
“El único ejemplo de diálogo en nuestro tiempo es el Papa Francisco”.
En general, la mayoría de las
lecturas que circulan sobre Laudato si´
expresan un apoyo entusiasta. Basta pensar en el elogioso artículo de Peter
Singer, un filósofo de la liberación animal muy alejado de posiciones católicas.
Sin embargo, no es infrecuente que muchas de estas interpretaciones tiendan a
neutralizar el potencial crítico del documento. Hay numerosas formas de
hacerlo. Una puede ser festejar simplemente que el Papa se suma al movimiento
ecologista o a la lucha contra el calentamiento global. Otra, ver el documento
como una invitación a la conciencia cívica, una propuesta bienintencionada de
cambios no sustanciales que permiten al Primer Mundo la continuidad de su forma
de vida.
En cambio, una lectura atenta
de la Encíclica debería colocar en el centro la crítica de las grandes causas
culturales que están en el fondo de las injusticias sociales y ecológicas. Laudato si´ es un tratado sobre las causas
modernas de las injusticias infligidas a los hombres y la naturaleza. Por eso, el
documento analiza la técnica moderna, la sociedad de mercado y la idea de progreso.
Creo que es ahí donde se juega su fuerza crítica.
La técnica moderna
La
Ilustración concebía la técnica y la ciencia como modos de liberar al hombre
del miedo a lo desconocido. Pero esta presunta liberación implicaba también un
programa de dominio. Como mostraron Theodor Adorno y Max Horkheimer, la razón
moderna ha reducido la naturaleza a simple material al servicio de la voluntad
humana, sin otra razón de ser que la de objeto de explotación. Detrás de la
diversidad natural solo se percibe un fondo homogéneo, la materia o la energía,
dispuesto para ser saqueado como mero recurso. El mundo se vuelve un accesorio para
la colonización industrial. Como el sentido principal de la relación con el
mundo es la dominación, el sujeto se vuelve esencialmente dominador, también
por tanto, dominador de los hombres y de la naturaleza en el hombre. De ahí el
vínculo entre el “clamor de la tierra” y el “clamor de los pobres”.
En cualquier reflexión sobre la técnica moderna, la solución espontánea es reducir su bondad o maldad al uso. Pero esta visión es abstracta. La estructura de la técnica moderna está ya orientada según una relación con la naturaleza, es una “razón instrumental”. Por eso afirma la Encíclica que la técnica moderna no es neutra. Esto se comprende mejor si consideramos la imposibilidad de abordar los artefactos industriales desligados unos de los otros. En abstracto cabe pensar en la conveniencia de usar un aparato u otro, pero de hecho todos forman un conjunto, un sistema basado en las energías fósiles que, como tal, resulta nocivo para la naturaleza. Lewis Mumford describía ese entramado industrial como una “megamáquina”. Otro ejemplo clarificador es la energía nuclear. Su nocividad es independiente del uso, sea civil o militar. La “seguridad total” en su empleo es en realidad otra vana ilusión de omnipotencia industrial.
Esta crítica no es una vuelta a las cavernas. La cultura requiere la intervención técnica, sin ésta no hay paso a la civilización. Pero Francisco habla de una concepción distinta de esta intervención humana, a saber, una técnica alternativa que desarrolle las virtualidades de la naturaleza sin degradarla. En ese sentido, la técnica y la ciencia tienen un papel relevante que cumplir en la “fraternidad universal” de la que habla el Papa. El cambio consiste en que sea guiada por decisiones éticas y no por la ceguera del argumento hoy triunfante: “Si se puede hacer, se debe hacer”.
La sociedad de mercado y el trabajo
Hasta
el siglo XIX, los tipos de mercado que habían existido en Europa eran espacios acotados
a determinados productos. Con la Revolución Industrial en Inglaterra tiene
lugar una novedad: la tierra y el trabajo se convierten en mercancías. Son “mercancías
ficticias”, como las llama Karl Polanyi, porque nadie las ha producido. En ese
momento aparece por primera vez el “mercado laboral”. La distopía liberal
promueve entonces que la sociedad entera pase a organizarse en función del
mecanismo automático e impersonal del mercado. Éste ya no es un espacio bien
definido dentro de la sociedad, sino la forma básica de las relaciones
sociales. La naturaleza y los hombres son reducidos a la forma mercancía. Su
dignidad propia pasa a ser secundaria, únicamente interesan como medio para el
negocio. Por eso no importa el sufrimiento humano o el envenenamiento de la
naturaleza.
En
esa dirección se dirige la denuncia de Francisco: primero, la naturaleza no
puede ser reducida a un valor mercantil, no cabe solucionar las crisis
ecológicas con bonos que permitan contaminar a cambio de pagos. No es posible
conciliar la Encíclica con el “capitalismo verde”. Segundo, el trabajo humano,
concebido como participación del hombre en el bien común, no debe depender de
las fluctuaciones del mercado. El hombre se realiza a sí mismo cuando su
actividad supone una aportación al bien de todos. Si un solo individuo es
bloqueado en esa aportación, la sociedad entera queda dañada.
¿Qué
tienen en común la técnica moderna y la sociedad de mercado? No reconocer los
límites éticos. El límite, o la autocontención, es la posibilidad de la
relación respetuosa y justa con los otros y el mundo. En la sociedad de consumo
sucede exactamente lo contrario: todo debe ser inmediatamente liquidado para
que la producción no cese. Se trata de la
“cultura del descarte”, como dice Francisco, que se aplica tanto a las cosas
como a las personas.
Técnica
moderna y sociedad de mercado conforman nuestra idea de progreso, que hoy
adquiere rasgos de superstición. Por eso habla Francisco del “mito del
progreso”. Cuando la finalidad es el dominio técnico y la acumulación de
riqueza abstracta, no podemos hablar de verdadero avance. La lógica del
progreso es sacrificial, pues en nombre de una mejora futura se legitiman las
injusticias presentes.
Frente
a esto, Laudato si propone un cambio
cultural de base que incluya, sin menoscabo de otras tradiciones, la inspiración
del cristianismo. La figura de Francisco de Asís condensa esta inspiración.
¿Qué significa la audacia de oponer la pobreza franciscana a la técnica moderna
y al mercado totales? Significa una crítica del poder. La pobreza franciscana
es el reconocimiento de la creación del mundo y de la finitud humana. La limitación
del poder es la posibilidad de solidaridad entre lo distinto. La “fraternidad
universal”, para Francisco de Asís y para el Papa Francisco, remite tanto a las
relaciones humanas como a la relación con la naturaleza.
Esto
no es una novedad en el cristianismo, sino fidelidad a los orígenes. Desde el
principio, el cristianismo tuvo que luchar contra la amenaza gnóstica: la idea
de que la creación es indiferente, que solo se salva el alma de un grupo de elegidos
y que el mundo y los cuerpos están condenados. Eso desvirtúa por completo el
mensaje cristiano. Por eso, Francisco insiste en que la verdad del cristianismo
se juega en la responsabilidad por el mundo.
Una
forma sutil de extraer el aguijón crítico de la Encíclica es alinearla en las
filas del optimismo, de la fe ciega en el “crecimiento económico” y en el
avance de la tecno-ciencia. Por ahí no van los tiros. Como sucede en los
profetas de Israel, es la percepción aguda de los peligros, la conciencia de
que no nadamos a favor de la corriente histórica, lo que permite actuar sin dilación.
Por eso escribe el Papa en Laudato si: “La auténtica humanidad, que invita a
una nueva síntesis, parece habitar en medio de la civilización tecnológica,
casi imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada.
¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando como una empecinada
resistencia de lo auténtico?”
Estimado Daniel. Escuché con atención y sumo agrado tu conferencia, tan familiar, la otra noche en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores.
ResponderEliminarMantengo mis felicitaciones, tras volverla a leer. Se me antoja pensar que, en estos momentos, el futuro de la tierra es un tema eminentemente prioritario, sin restar la más mínima consideración a la pobreza, al paro, a la miseria de muchas naciones explotadas por otras que revientan de sobreabundancia, sin pensar en el resultado de la parábola del rico epulón.
Mi consideración desde el punto teológico es que la consciente confusión del poder divino a favor de los poderosos de la tierra, que viene a ser lo mismo, ha producido tanto daño en la gente adormecida por la voluntad "poderosa" de Dios, aliñada con una gran dosis de resignación, "sumisión" predicada secularmente por la Iglesia para dejar a salvo aquello de que el poder viene de Dios y se reparte equitativamente entre la Iglesia y el Estado.
Desaparecido el Estado, como imperio y cuestionado el poder de Dios, quien siempre lo sustituyó por AMOR, la propia Iglesia encuentra huero ese manío discurso y busca fórmulas nuevas para subsistir. En eso reconocemos que históricamente la Iglesia es "Magistra". Pero hoy, desde Juan XXIII y sus sucesores con las consabidas sordinas, la Iglesia camina inexorablemente hacía las sendas del Evangelio. Esta es la novedad. Retomar el mensaje desde el Vétero Testamento y consustanciarlo, contextualizándolo con el Nuevo, es la tarea asumida responsablemente por el papa Francisco. y no puede ser de otra manera.
Es un mensaje grave, ajeno a las amenazas, pero advirtiendo de las consecuencias. Estamos en una especie de fin de carrera, sin retorno, de seguir así, y el sereno aldabonazo de advertencia, obliga a despojarnos de creencias, ideologías y "posicionamientos" inútiles para descender a una escueta realidad donde el poder humano,tan ostentado a lo largo de siglos y alineado junto al mito divino del Todopoderoso, ya nada o muy poco tienen que hacer. El verdadero poder siempre ha estado oculto al lado de las leyes naturales, inventadas desde la creación, potenciadas en el largo proceso de la evolución, aún en vigor, (no nos engañemos) asumida por la tierra y sus administradores, los hombres y fueron sustituidas paulatinamente por el poder de las instituciones, incluidos la Iglesia, el Estado y los poderosos de este mundo. Poco tienen que hacer esas irrespetuosas organizaciones con el drama que se nos viene encima y cuyos suaves preludios ya estamos sufriendo. La pregunta es: Una vez burlado el poder de Dios (su Amor, su Palabra) el respeto a los humanos, animales y hábitats el verdadero poder de los poderosos de la tierra que ha amenazado, atenazado y violado sistemáticamente a la Tierra, ya no tiene objeto. Sería un final democrático= igual para todos. De nada serviría los mensajes de súplica del rico epulón. Solo nos queda la sensatez, el soporte de las violadas leyes naturales y la mezquina voluntad de los poderosos. Por parte de Dios solo hay una promesa: Estar junto a nosotros mientras eso suceda admitiendo la gran decepción de un hombre que no supo administrar debidamente su destino.
La esperanza es lo último que se pierde y la infinita capacidad del hombre de reaccionar extraord
La esperanza es lo último que se pierde y la infinita capacidad del hombre de reaccionar de forma extraordinaria a cualquier eventualidad, nos llevará lentamente desde la zona multimilenaria hacia la incipiente espiritualidad que dada vez se manifiesta más y mejor. Esa es la última esperanza que tambien comparte Dios.
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